El señor Kim es uno de los pocos norcoreanos que, tras huir de su país, puede contar lo que pasó ahí durante la pandemia. Su relato aporta luz sobre la mayor represión y el empeoramiento económico y alimentario que trajo la covid y que denuncian organizaciones de derechos humanos.
Las restricciones por el coronavirus empezaron en su provincia fronteriza de Hwanghae del Sur (suroeste) el 13 de mayo de 2021, recuerda vivamente Kim, que en la entrevista con EFE solo acepta dar su apellido para proteger a sus familiares a ambos lados de la frontera.
Dos policías de paisano que no se separan de él dan fe de que es un objetivo potencial para el régimen por lo singular de su testimonio; entre 2020 y 2023 solo un puñado de gente logró huir del Norte al Sur dado el estricto cierre fronterizo aplicado por la covid y las fuertes restricciones que implementó a su vez China, país de tránsito para la mayoría de desertores.
Kim habla de vecinos muertos por inanición ante la escasez que provocaron las restricciones sanitarias y el bloqueo comercial o de conocidos suyos ejecutados por consumir música surcoreana tras el endurecimiento de leyes ideológicas durante ese trienio.
El desertor norcoreano Kim (i) observa el centro de Seúl. EFE/EPA/Jeon Heon-Kyun
Hasta ese 13 de mayo, el régimen pareció dar perfil bajo a la covid, ya que con los casos sospechosos (el país careció de test hasta 2022) los doctores, cuenta el desertor, “diagnosticaban simples resfriados y recomendaban aislamiento por si acaso”.
En esa oleada de mayo en la que, en opinión de Kim, “seis de cada diez” se contagiaron en su región, los que enfermaron se apañaron sin medicinas, ya que “mandaron cerrar todas las farmacias”, haciendo que el precio de las aspirinas se multlipicara por 40 en el estraperlo.
Para cuando llegó otra oleada dos meses después (las autoridades, esta vez sí, suministraron medicinas y hasta comida) las restricciones estrictas eran ya una realidad.
“Una campaña de propaganda decía que el Sur, para propagar el coronavirus en el Norte, envió a infectados a las islas (surcoreanas) de Yeongpyeong y Baengnyeong”, situadas frente a su provincia, “con lo cual en estas zonas costeras se limitó muchísimo la movilidad y perdimos acceso al mar”, cuenta.
Kim, desertor norcoreano, camina por un paso de peatones en Seúl. EFE/EPA/Jeon Heon-Kyun
En ese momento alcanzar el mar le era fundamental, puesto que por cercanía era la vía elegida para que él y su familia huyeran al Sur (además de su mujer embarazada, se le unieron su madre, su hermano, su cuñada y sus dos sobrinos).
Su hermano y él lograrían finalmente un empleo operando un pequeño pesquero en enero de 2023, lo que les permitió planear meticulosamente una escapatoria que se materializó una noche del mayo siguiente.
El plan implicó dormir a sus sobrinos con somníferos, cargarlos a través de un campo minado y navegar a merced del viento que soplaba en dirección Sur para no activar radares hasta acercarse a la frontera marítima en una travesía que se hizo interminable.
Kim no huyó por motivos financieros (“dejé Corea del Norte por muchas razones, aunque puedo decir simplemente que el día a día ahí es razón suficiente”, asegura), ya que en pandemia trabajó en compraventa y prosperó por la grave escasez que generó el cerrojazo fronterizo con China.
Kim es uno de los pocos norcoreanos que lograron huir y llegar directamente al Sur entre 2020 y 2023. EFE/EPA/Jeon Heon-Kyun
Las restricciones, que instaban a salir a la calle solo de 18.00 a 6.00 y a no juntarse más de tres, eran más laxas fuera de las ciudades porque “el Estado tenía que permitir cierto grado de actividad económica”.
“La gente se las fue apañando como pudo los primeros dos años. Y entonces a principio de 2022 empecé a oír de gente muriendo de hambre”, relata.
Estas muertes, incluyendo las de unos granjeros que conocía, le llevan a considerar que “ahora mismo la situación económica es mucho peor que durante la ‘Ardua Marcha’ (la gran hambruna de los noventa)” en su región, donde no recuerda a nadie falleciendo por inanición durante aquel periodo.
“En resumen, la persona que antes comía arroz, ahora come maíz, el que comía maíz tiene que comer plantas silvestres y el que no encuentra hierbas y plantas está días sin comer”, cuenta sobre sus vecinos.
A esto se suman las nuevas leyes de 2020 y 2023 que endurecen penas por consumir contenidos culturales foráneos o pretenden eliminar expresiones surcoreanas en el habla que, especialmente los jóvenes, empezaban a adoptar tras escucharlas en músicas o series del país vecino.
“Delitos que antes hubieran sido castigados con reeducación laboral se penan más, hasta el punto de que ahora vas a prisión, y por cosas que antes te llevaban a prisión ahora te ejecutan”, detalla.
Entre aquellos en prisión o ejecutados que Kim conocía se cuenta un veinteañero fusilado simplemente por escuchar canciones sureñas y compartir unas pocas películas extranjeras.